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4 de Diciembre de 2012

Salud de la población joven indígena en América Latina: un panorama general

Capítulo I: Antecedentes

Pese a que los jóvenes representan el 30% de la población de América Latina,

en general se ha hecho poco énfasis en su desarrollo en las políticas públicas.

En el ámbito específico de la salud, su escaso relevamiento se sustentaba en

pruebas epidemiológicas que indican que los riesgos de enfermar y morir

en esta etapa del ciclo vital son menores que entre los niños y los adultos

mayores. Pese a ello, es sabido que aproximadamente un 70% de las muertes

prematuras en adultos tienen sus causas en hábitos adquiridos durante la

juventud. Además, hay causas específicas de enfermedad y muerte en esta

etapa de la vida relacionadas principalmente con salud mental y accidentes. Por

lo anterior, resulta imprescindible diseñar estrategias que permitan enfrentar

precozmente las necesidades y problemas de los jóvenes (Maddaleno y otros,

2003). En este escenario, desde hace más de una década la OPS ha priorizado

acciones orientadas a este segmento poblacional. Este proceso comienza

en 1997 con la aprobación del Plan de Acción sobre Salud y Desarrollo del

Adolescente en las Américas 1998-2001 y el diseño de un marco conceptual

específico centrado en el desarrollo humano y en la promoción de la salud

dentro del contexto de la familia, la comunidad y el desarrollo social, político

y económico.

Este marco conceptual implica un cambio de paradigma en el abordaje de

la salud de jóvenes y adolescentes, al asumir, por una parte, que para prevenir

problemas en el futuro, es necesario promover y alcanzar hoy su desarrollo

y, por otra, que este grupo etario presenta problemas específicos de salud

que requieren de un abordaje integral. Es un modelo que debe entenderse

como proceso continuo, mediante el que los adolescentes y jóvenes satisfacen

sus necesidades, desarrollan competencias, generan habilidades y cultivan

vínculos sociales de colaboración. Un aspecto clave en este marco, muy útil

para entender las condiciones de vida y de salud de los jóvenes indígenas, es el

hecho de que se adopta un enfoque de derechos, que se debe contextualizar y

ampliar más allá de los derechos ciudadanos individuales pues, al pertenecer a

pueblos culturalmente diferenciados, sus derechos revisten además un carácter

colectivo.

Más recientemente, la OPS ha elaborado la Estrategia regional para

mejorar la salud de adolescentes y jóvenes y Plan de acción sobre la salud de

los adolescentes y los jóvenes cuyo propósito es contribuir al mejoramiento de

la salud de este grupo de población mediante el desarrollo y fortalecimiento de

la respuesta integrada del sector de la salud y la implementación de programas

de promoción, prevención y cuidado de salud de adolescentes y jóvenes2. Con

este fin, propone siete líneas de acción:

Dado el carácter pluriétnico y pluricultural de la región, la implementación

de cada una de estas líneas de acción impone desafíos específicos al quehacer

sectorial. No solo se requiere avanzar en la generación de indicadores

epidemiológicos convencionales diferenciados étnicamente, sino que es

necesario profundizar en el conocimiento de esta etapa del ciclo vital en el

marco de las culturas indígenas tradicionales, con el fin de materializar las

intervenciones pertinentes.

Los antecedentes disponibles indican que en el contexto latinoamericano,

la realidad de las juventudes indígenas es muy heterogénea a nivel territorial,

demográfico, social y cultural. Aunque solo se cuenta con información

fragmentada sobre sus condiciones de vida, se sabe que, producto de las

condicionantes socioestructurales de la relación entre los pueblos originarios

y los Estados, estos jóvenes se sitúan en una posición de mayor vulnerabilidad

que sus pares no indígenas. Sumado a ello, los crecientes procesos de migración

del campo a la ciudad y los efectos de sistemas educacionales homogeneizantes,

entre otros factores, desarraigan a los jóvenes de la cultura tradicional. Esto

viene acompañado de proyectos generacionales “modernos” que no llegan

a surtir el efecto deseado, en el contexto de una sociedad dominante en que

persisten patrones de exclusión y discriminación. En un contexto como este,

surgen con fuerza conflictos de identidad, que se manifiestan de manera clara

en problemas de salud mental. La expresión más dramática de estos problemas

son las crecientes tasas de suicidio entre los jóvenes indígenas, que han sido

documentadas entre los guaraníes del Brasil y el Paraguay (Bartomeu, 2004)

y los mapuches y aimara de Chile (Oyarce y Pedrero, 2006, 2007, 2009).

Algunos estudios (Kliksberg, 2001; CEPAL/OIJ, 2004) indican que más

allá de las supuestas ventajas relativas de los jóvenes en el mundo moderno,

en las últimas décadas se ha visto que fueron fuertemente impactados por el

aumento de la pobreza. En las Américas, entre fines del siglo XX y comienzos

del XXI, el número de jóvenes en situación de pobreza aumentó en casi 8

millones, con lo que alcanzó una cifra total de aproximadamente 58 millones.

En ese período, más de la mitad de los jóvenes rurales eran pobres y poco

más de un 25% vivía en condiciones de indigencia. Estas cifras son aun más

elocuentes cuando se trata de los jóvenes indígenas, que siempre se sitúan en

una situación más desfavorable respecto de los promedios generales debido

a inequidades sistemáticas.

Las crecientes desigualdades en América Latina, ampliamente descritas

en la literatura, son las condicionantes principales de la situación de salud

de los jóvenes. Se ha señalado que las mayores situaciones de vulnerabilidad

que afectan a los jóvenes marginados, rurales e indígenas son, entre otras:

a) la posición socioeconómica, que los expone, por ejemplo, a mayores

privaciones nutricionales, a condiciones deficientes de saneamiento

ambiental y a un acceso limitado a la atención de salud; b) los menores niveles

de escolaridad alcanzados por los jóvenes indígenas, en comparación con

los no indígenas, debido a inequidades estructurales que limitan su acceso

a información, participación y poder, factores básicos de los perfiles de

morbimortalidad más vulnerables que presentan las poblaciones indígenas

de la región; c) en materia de embarazo adolescente, las cifras no solo indican

que la proporción de madres jóvenes es mayor en los estratos más pobres,

sino que su acceso a atención en el embarazo, el parto y el posparto, es

significativamente menor, y d) las causas violentas, a las que corresponde

una parte importante de las muertes entre los jóvenes; de hecho, se estima

que más de un 70% de los decesos de hombres jóvenes corresponde a

causas violentas (CEPAL/OIJ, 2004).

Establecer políticas públicas que apoyen un mejor estado de salud de

la población joven, con énfasis en las poblaciones jóvenes vulnerables,

basadas en las recomendaciones de las resoluciones de la OMS y la OPS.

Elaborar y poner en práctica políticas y programas que se basen en datos

científicos y que, a su vez, sean consistentes con la Convención sobre los

Derechos del Niño y las convenciones, declaraciones y recomendaciones

del sistema de las Naciones Unidas y el marco interamericano (la OEA) en

materia de derechos humanos.

Abogar por ambientes que fomenten la salud y el desarrollo de la

población joven, mediante el abordaje de los determinantes sociales de

la salud y la promoción de comunidades saludables y seguras, incluida la

iniciativa de escuelas promotoras de la salud.

Apoyar el desarrollo y revisión de las políticas y legislaciones vigentes en

temas prioritarios de salud de la población joven, especialmente las que

influyen en el acceso a los servicios de salud.

Elaborar y diseminar herramientas basadas en pruebas que apoyen a los

actores estratégicos en intervenciones que fortalezcan a las familias; por

ejemplo, el programa evaluado de la OPS “Familias Fuertes con Hijos

Adolescentes: Amor y Límites.

Apoyar la movilización comunitaria con miras al cambio de las políticas

institucionales y crear comunidades que favorezcan el desarrollo juvenil y

la salud de los jóvenes.

Desarrollar herramientas para promover la participación y el

empoderamiento significativo de la población joven y sus comunidades,

comenzando por la identificación de sus fortalezas y debilidades a fin

de contribuir efectivamente al proceso decisorio, así como al diseño y la

ejecución de los programas que los afecten.

Fortalecer la relación entre los sectores de salud y educación con miras a

desarrollar programas integrales a favor de los adolescentes y jóvenes, de

Desarrollar acciones integradas y coordinadas entre el sector de la salud y

los asociados estratégicos a nivel regional, nacional y local.

Aumentar y fortalecer los programas interinstitucionales relacionados con

la población joven entre los organismos de las Naciones Unidas y los

órganos y organismos de la Organización de los Estados Americanos.

Establecer mecanismos de cooperación Sur-Sur y para compartir las

buenas prácticas y las lecciones aprendidas en la región.

Fortalecer a los países en el uso de técnicas y nuevas tecnologías de

comunicación social con miras a aumentar las intervenciones y el acceso

a los servicios de salud.

Apoyar la generación de pruebas en este tema, especialmente en lo que

respecta al uso de nuevas tecnologías y su impacto en la salud.

Tradicionalmente, en muchos pueblos indígenas no habría existido una etapa

mediadora entre la niñez y la adultez. Más bien, existiría un ciclo continuo y

prolongado de tránsito entre ambas, cuya culminación en muchos casos está

marcada por ritos de carácter colectivo…

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