Salud de la población joven indígena en América Latina: un panorama general
Capítulo I: Antecedentes
Pese a que los jóvenes representan el 30% de la población de América Latina,
en general se ha hecho poco énfasis en su desarrollo en las políticas públicas.
En el ámbito específico de la salud, su escaso relevamiento se sustentaba en
pruebas epidemiológicas que indican que los riesgos de enfermar y morir
en esta etapa del ciclo vital son menores que entre los niños y los adultos
mayores. Pese a ello, es sabido que aproximadamente un 70% de las muertes
prematuras en adultos tienen sus causas en hábitos adquiridos durante la
juventud. Además, hay causas específicas de enfermedad y muerte en esta
etapa de la vida relacionadas principalmente con salud mental y accidentes. Por
lo anterior, resulta imprescindible diseñar estrategias que permitan enfrentar
precozmente las necesidades y problemas de los jóvenes (Maddaleno y otros,
2003). En este escenario, desde hace más de una década la OPS ha priorizado
acciones orientadas a este segmento poblacional. Este proceso comienza
en 1997 con la aprobación del Plan de Acción sobre Salud y Desarrollo del
Adolescente en las Américas 1998-2001 y el diseño de un marco conceptual
específico centrado en el desarrollo humano y en la promoción de la salud
dentro del contexto de la familia, la comunidad y el desarrollo social, político
y económico.
Este marco conceptual implica un cambio de paradigma en el abordaje de
la salud de jóvenes y adolescentes, al asumir, por una parte, que para prevenir
problemas en el futuro, es necesario promover y alcanzar hoy su desarrollo
y, por otra, que este grupo etario presenta problemas específicos de salud
que requieren de un abordaje integral. Es un modelo que debe entenderse
como proceso continuo, mediante el que los adolescentes y jóvenes satisfacen
sus necesidades, desarrollan competencias, generan habilidades y cultivan
vínculos sociales de colaboración. Un aspecto clave en este marco, muy útil
para entender las condiciones de vida y de salud de los jóvenes indígenas, es el
hecho de que se adopta un enfoque de derechos, que se debe contextualizar y
ampliar más allá de los derechos ciudadanos individuales pues, al pertenecer a
pueblos culturalmente diferenciados, sus derechos revisten además un carácter
colectivo.
Más recientemente, la OPS ha elaborado la Estrategia regional para
mejorar la salud de adolescentes y jóvenes y Plan de acción sobre la salud de
los adolescentes y los jóvenes cuyo propósito es contribuir al mejoramiento de
la salud de este grupo de población mediante el desarrollo y fortalecimiento de
la respuesta integrada del sector de la salud y la implementación de programas
de promoción, prevención y cuidado de salud de adolescentes y jóvenes2. Con
este fin, propone siete líneas de acción:
Dado el carácter pluriétnico y pluricultural de la región, la implementación
de cada una de estas líneas de acción impone desafíos específicos al quehacer
sectorial. No solo se requiere avanzar en la generación de indicadores
epidemiológicos convencionales diferenciados étnicamente, sino que es
necesario profundizar en el conocimiento de esta etapa del ciclo vital en el
marco de las culturas indígenas tradicionales, con el fin de materializar las
intervenciones pertinentes.
Los antecedentes disponibles indican que en el contexto latinoamericano,
la realidad de las juventudes indígenas es muy heterogénea a nivel territorial,
demográfico, social y cultural. Aunque solo se cuenta con información
fragmentada sobre sus condiciones de vida, se sabe que, producto de las
condicionantes socioestructurales de la relación entre los pueblos originarios
y los Estados, estos jóvenes se sitúan en una posición de mayor vulnerabilidad
que sus pares no indígenas. Sumado a ello, los crecientes procesos de migración
del campo a la ciudad y los efectos de sistemas educacionales homogeneizantes,
entre otros factores, desarraigan a los jóvenes de la cultura tradicional. Esto
viene acompañado de proyectos generacionales “modernos” que no llegan
a surtir el efecto deseado, en el contexto de una sociedad dominante en que
persisten patrones de exclusión y discriminación. En un contexto como este,
surgen con fuerza conflictos de identidad, que se manifiestan de manera clara
en problemas de salud mental. La expresión más dramática de estos problemas
son las crecientes tasas de suicidio entre los jóvenes indígenas, que han sido
documentadas entre los guaraníes del Brasil y el Paraguay (Bartomeu, 2004)
y los mapuches y aimara de Chile (Oyarce y Pedrero, 2006, 2007, 2009).
Algunos estudios (Kliksberg, 2001; CEPAL/OIJ, 2004) indican que más
allá de las supuestas ventajas relativas de los jóvenes en el mundo moderno,
en las últimas décadas se ha visto que fueron fuertemente impactados por el
aumento de la pobreza. En las Américas, entre fines del siglo XX y comienzos
del XXI, el número de jóvenes en situación de pobreza aumentó en casi 8
millones, con lo que alcanzó una cifra total de aproximadamente 58 millones.
En ese período, más de la mitad de los jóvenes rurales eran pobres y poco
más de un 25% vivía en condiciones de indigencia. Estas cifras son aun más
elocuentes cuando se trata de los jóvenes indígenas, que siempre se sitúan en
una situación más desfavorable respecto de los promedios generales debido
a inequidades sistemáticas.
Las crecientes desigualdades en América Latina, ampliamente descritas
en la literatura, son las condicionantes principales de la situación de salud
de los jóvenes. Se ha señalado que las mayores situaciones de vulnerabilidad
que afectan a los jóvenes marginados, rurales e indígenas son, entre otras:
a) la posición socioeconómica, que los expone, por ejemplo, a mayores
privaciones nutricionales, a condiciones deficientes de saneamiento
ambiental y a un acceso limitado a la atención de salud; b) los menores niveles
de escolaridad alcanzados por los jóvenes indígenas, en comparación con
los no indígenas, debido a inequidades estructurales que limitan su acceso
a información, participación y poder, factores básicos de los perfiles de
morbimortalidad más vulnerables que presentan las poblaciones indígenas
de la región; c) en materia de embarazo adolescente, las cifras no solo indican
que la proporción de madres jóvenes es mayor en los estratos más pobres,
sino que su acceso a atención en el embarazo, el parto y el posparto, es
significativamente menor, y d) las causas violentas, a las que corresponde
una parte importante de las muertes entre los jóvenes; de hecho, se estima
que más de un 70% de los decesos de hombres jóvenes corresponde a
causas violentas (CEPAL/OIJ, 2004).
Establecer políticas públicas que apoyen un mejor estado de salud de
la población joven, con énfasis en las poblaciones jóvenes vulnerables,
basadas en las recomendaciones de las resoluciones de la OMS y la OPS.
Elaborar y poner en práctica políticas y programas que se basen en datos
científicos y que, a su vez, sean consistentes con la Convención sobre los
Derechos del Niño y las convenciones, declaraciones y recomendaciones
del sistema de las Naciones Unidas y el marco interamericano (la OEA) en
materia de derechos humanos.
Abogar por ambientes que fomenten la salud y el desarrollo de la
población joven, mediante el abordaje de los determinantes sociales de
la salud y la promoción de comunidades saludables y seguras, incluida la
iniciativa de escuelas promotoras de la salud.
Apoyar el desarrollo y revisión de las políticas y legislaciones vigentes en
temas prioritarios de salud de la población joven, especialmente las que
influyen en el acceso a los servicios de salud.
Elaborar y diseminar herramientas basadas en pruebas que apoyen a los
actores estratégicos en intervenciones que fortalezcan a las familias; por
ejemplo, el programa evaluado de la OPS “Familias Fuertes con Hijos
Adolescentes: Amor y Límites.
Apoyar la movilización comunitaria con miras al cambio de las políticas
institucionales y crear comunidades que favorezcan el desarrollo juvenil y
la salud de los jóvenes.
Desarrollar herramientas para promover la participación y el
empoderamiento significativo de la población joven y sus comunidades,
comenzando por la identificación de sus fortalezas y debilidades a fin
de contribuir efectivamente al proceso decisorio, así como al diseño y la
ejecución de los programas que los afecten.
Fortalecer la relación entre los sectores de salud y educación con miras a
desarrollar programas integrales a favor de los adolescentes y jóvenes, de
Desarrollar acciones integradas y coordinadas entre el sector de la salud y
los asociados estratégicos a nivel regional, nacional y local.
Aumentar y fortalecer los programas interinstitucionales relacionados con
la población joven entre los organismos de las Naciones Unidas y los
órganos y organismos de la Organización de los Estados Americanos.
Establecer mecanismos de cooperación Sur-Sur y para compartir las
buenas prácticas y las lecciones aprendidas en la región.
Fortalecer a los países en el uso de técnicas y nuevas tecnologías de
comunicación social con miras a aumentar las intervenciones y el acceso
a los servicios de salud.
Apoyar la generación de pruebas en este tema, especialmente en lo que
respecta al uso de nuevas tecnologías y su impacto en la salud.
Tradicionalmente, en muchos pueblos indígenas no habría existido una etapa
mediadora entre la niñez y la adultez. Más bien, existiría un ciclo continuo y
prolongado de tránsito entre ambas, cuya culminación en muchos casos está
marcada por ritos de carácter colectivo…
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